El último retrato


   Es verdad, que tengo muchas facetas por descubrir para mí misma y para los demás. Aunque la que más sobresale de entre todas ellas, es que me cae bien todo el mundo. Esto es así que es lo primero que llama la atención de mi 

     Los otros días estaba bajando la escalera de caracol del edifico donde he alquilado este año un piso antiguo con mis compañeras de estudio, cuando me vio bajar mi vecino del quinto. Creo que fue porque se dio cuenta de que me cae bien todo el mundo que me invito a entrar a su casa. Aunque tenía prisa por llegar a la primera clase de esa mañana, su voz lenta de una persona huraña y solitaria me conmovió tan profundamente que si apenas darme cuenta me vi sentada en su sofá. Mientras él buscaba entre las miles de carpetas que yacían entre papeles amarillentos de revistas y periódicos, pude echar una mirada al salón que tan diferente parecía al nuestro por su amontonamiento de objetos que nunca antes había visto. 


     Me hizo meditar que en otro tiempo fue una persona abierta al mundo y que había recorrido sitios exóticos y de culturas muy diversas. En ese momento pensé que era más interesante estar allí que en cualquier otro sitio.  Pronto cambié de opinión cuando empezó a mostrarme lo que había en esas carpetas.


     Se sentó junto a mí, yo diría demasiado pegado a mí, aunque esto último no sé si respondía realmente a la realidad, pues la cercanía de un hombre de su edad me incomodaba, era la primera vez que me veía en esas circunstancias.  De una carpeta de un color anaranjado saco un retrato de mujer hecho a carbón y a lápiz blando, sin embargo su trazo era muy profundo como si hubiera querido atravesar el papel y creo que en algún espacio se podía ver rasgado, aunque la poca luz que entraba en la persiana entornada no me dejaba percibir con claridad.

     Le insinué que no veía muy bien, pero no sé si no me escucho. Estaba tan absorto en pasar con esmero y cuidado las hojas de sus retratos, que me sentía como si para él yo no estuviera allí. Para cada uno de los retratos dejaba el mismo tiempo de observación y no sé si era su mirada o la mirada de esos retratos lo que me empezó a turbar, y entonces fue cuando empecé  a darme cuenta de lo que iba a venir después.

      Empezó a hablar, como si leyera en voz baja, de que no me iba a pedir que me quitara la ropa, ni de que buscase una postura forzada, ni de que mirase al infinito, ni que gritase… que lo único que quería era que permaneciese quieta mirando dirección hacia él. Me dijo que no me moviera a la misma vez que de un bote enrobinado sacaba un lápiz y un carboncillo.  No pude hacer nada en ese momento, no me supe con fuerzas de levantarme y huir por la puerta que estaba en el otro lado y que no me hubiera costado demasiado abrirla y salir escaleras  abajo. Bien es verdad que él no dejó de mirarme ni un solo momento, nunca bajo la mirada hacia el lienzo, y su mano se movía cada vez más furiosa como si una fuerza misteriosa la agitase. Supe que estaba perdida, que formaría parte de esos retratos escondidos en una carpeta y que no volverían a ver la luz hasta que de una nueva víctima apareciese.

     De todas formas no me imaginaba a ninguna de mis compañeras en esta situación tan lamentable, así que probablemente sería su último retrato. No es que me lo hubiera buscado yo, pero ninguna se le hubiera ocurrido entrar en un piso de un tío tan raro que solo se le veía salir de su casa a altas horas una vez por semana para tirar la basura. No parecía una persona que se dejase  llevar por sus primeros impulsos, así que sé que estuvo espiándonos durante meses a cada una de nosotras y pronto pudo ver en mí aquello que me hacia distinta y más asequible para sus propósitos. Nunca deje de salir para despedir con agradables frases y una abierta sonrisa a todas aquellas personas que nos visitaban, desde amigas, padres, familiares y novios de mis compañeras. Siempre me ofrecí voluntariamente a llevar partes de mi compañeras cuando estaban enfermas a sus respectivos tristes profesores. Mis compañeras me avisaban continuamente de que no me fiase de determinados compañeros trepas que solo iban a robarte tus mejores ideas, y no solo los defendían, sino que resaltaban cualidades que yo solo veía… Desde el patio de interior se oía todas las conversaciones de los vecinos y le había sido realmente muy fácil trazar su plan a partir de todas esas escuchas.

     Estaba con todos estos lúgubres pensamientos sin dejar de mirar fijamente a los ojos de mi observador , apreciando que su mirada se solapaba con la mía, como si mis pensamientos le fuesen transparentes al igual que habían sido transparentes las mentes de las otras chicas reflejadas en sus turbadas miradas, cuando de repente empecé a pensar que no era para tanto. 

    Sí que la mayoría de veces notábamos  al pasar por su puerta que alguien nos observaba detrás de la mirilla o que en su casa nunca se oía nada ni siquiera un mal transistor y que nos habíamos preguntado que hacía durante todo ese tiempo en silencio y apenas con luz, pues la persianas siempre estaban bajadas casi al tope. Aunque también por eso era un vecino casi ideal, pues sabíamos que nunca nos iba a molestar por su parte ni un ruido y  ni a descentrar en ningún momento de nuestro estudio ninguna llamada inoportuna al timbre de la puerta. Que jamás comentaría con nuestra casera las fiestas, aunque escasas muy sonadas, ni los  cascos de botella, cigarros liados o restos que inevitablemente siempre dejaban algún amigo, como otros vecinos habían hecho. Y menos aún con nuestros padres de los numerosos chicos que subían en los cortos fines de semana. Así que no pude más que mirarlo de otra forma, como si de un aliado se tratase, y una sonrisa se me dibujo en mi rostro y estaba en estas cuando de repente oí “de que te ríes”, y sin la menor contemplación me echo de su casa.

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