Es verdad, que tengo muchas facetas por descubrir para mí misma y para los demás. Aunque la que más sobresale de entre todas ellas, es que me cae bien todo el mundo. Esto es así que es lo primero que llama la atención de mi
Me hizo meditar que en otro tiempo fue una persona abierta al mundo y que había recorrido sitios exóticos y de culturas muy diversas. En ese momento pensé que era más interesante estar allí que en cualquier otro sitio. Pronto cambié de opinión cuando empezó a mostrarme lo que había en esas carpetas.
Se sentó junto a mí, yo diría demasiado
pegado a mí, aunque esto último no sé si respondía realmente a la realidad,
pues la cercanía de un hombre de su edad me incomodaba, era la primera vez que
me veía en esas circunstancias. De una
carpeta de un color anaranjado saco un retrato de mujer hecho a carbón y a
lápiz blando, sin embargo su trazo era muy profundo como si hubiera querido
atravesar el papel y creo que en algún espacio se podía ver rasgado, aunque la
poca luz que entraba en la persiana entornada no me dejaba percibir con
claridad.
Le insinué que no veía muy bien, pero no
sé si no me escucho. Estaba tan absorto en pasar con esmero y cuidado las hojas
de sus retratos, que me sentía como si para él yo no estuviera allí. Para cada
uno de los retratos dejaba el mismo tiempo de observación y no sé si era su
mirada o la mirada de esos retratos lo que me empezó a turbar, y entonces fue
cuando empecé a darme cuenta de lo que
iba a venir después.
Empezó
a hablar, como si leyera en voz baja, de que no me iba a pedir que me quitara
la ropa, ni de que buscase una postura forzada, ni de que mirase al infinito,
ni que gritase… que lo único que quería era que permaneciese quieta mirando
dirección hacia él. Me dijo que no me moviera a la misma vez que de un bote enrobinado
sacaba un lápiz y un carboncillo. No
pude hacer nada en ese momento, no me supe con fuerzas de levantarme y huir por
la puerta que estaba en el otro lado y que no me hubiera costado demasiado
abrirla y salir escaleras abajo. Bien es
verdad que él no dejó de mirarme ni un solo momento, nunca bajo la mirada hacia
el lienzo, y su mano se movía cada vez más furiosa como si una fuerza
misteriosa la agitase. Supe que estaba perdida, que formaría parte de esos
retratos escondidos en una carpeta y que no volverían a ver la luz hasta que de
una nueva víctima apareciese.
De todas formas no me imaginaba a ninguna
de mis compañeras en esta situación tan lamentable, así que probablemente sería
su último retrato. No es que me lo hubiera buscado yo, pero ninguna se le
hubiera ocurrido entrar en un piso de un tío tan raro que solo se le veía salir
de su casa a altas horas una vez por semana para tirar la basura. No parecía
una persona que se dejase llevar por sus
primeros impulsos, así que sé que estuvo espiándonos durante meses a cada una
de nosotras y pronto pudo ver en mí aquello que me hacia distinta y más
asequible para sus propósitos. Nunca deje de salir para despedir con agradables
frases y una abierta sonrisa a todas aquellas personas que nos visitaban, desde
amigas, padres, familiares y novios de mis compañeras. Siempre me ofrecí
voluntariamente a llevar partes de mi compañeras cuando estaban enfermas a sus
respectivos tristes profesores. Mis compañeras me avisaban continuamente de que
no me fiase de determinados compañeros trepas que solo iban a robarte tus
mejores ideas, y no solo los defendían, sino que resaltaban cualidades que yo
solo veía… Desde el patio de interior se oía todas las conversaciones de los
vecinos y le había sido realmente muy fácil trazar su plan a partir de todas
esas escuchas.
Estaba con todos estos lúgubres
pensamientos sin dejar de mirar fijamente a los ojos de mi observador ,
apreciando que su mirada se solapaba con la mía, como si mis pensamientos le
fuesen transparentes al igual que habían sido transparentes las mentes de las
otras chicas reflejadas en sus turbadas miradas, cuando de repente empecé a pensar
que no era para tanto.
Sí que la mayoría de veces notábamos al pasar por su puerta que alguien nos
observaba detrás de la mirilla o que en su casa nunca se oía nada ni siquiera
un mal transistor y que nos habíamos preguntado que hacía durante todo ese
tiempo en silencio y apenas con luz, pues la persianas siempre estaban bajadas
casi al tope. Aunque también por eso era un vecino casi ideal, pues sabíamos
que nunca nos iba a molestar por su parte ni un ruido y ni a descentrar en ningún momento de nuestro
estudio ninguna llamada inoportuna al timbre de la puerta. Que jamás comentaría
con nuestra casera las fiestas, aunque escasas muy sonadas, ni los cascos de botella, cigarros liados o restos
que inevitablemente siempre dejaban algún amigo, como otros vecinos habían
hecho. Y menos aún con nuestros padres de los numerosos chicos que subían en
los cortos fines de semana. Así que no pude más que mirarlo de otra forma, como
si de un aliado se tratase, y una sonrisa se me dibujo en mi rostro y estaba en
estas cuando de repente oí “de que te ríes”, y sin la menor contemplación me
echo de su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar.